jueves, 5 de abril de 2018

Abigail.




Está ocurriendo.
Más allá de los poros de la piel,
entre gusanos y tierra húmeda,
me muevo con aparente agilidad.

He emprendido mi viaje hacia la superficie
y dicen que la primera bocanada de aire
es la que te devuelve a la vida
y la dignidad.

Y me imagino a un muerto resucitando,
hinchando de nuevo sus pulmones,
arrastrando el polvo,
construyendo el alma,
respirando hondo.

Con la diferencia de que yo no estoy muerta,
solo me enterraron viva.

 He conseguido romper mi ataúd
pero me duelen los nudillos de golpear tan fuerte.
Ahora escavo con mis propias manos el túnel que,
según dicen,
me permitirá decir que he resurgido,
pero conforme avanzo la tierra no cesa de caer.

Ha comenzado el ciclo.
La flor,
A pesar de todo,
quiere renacer.

jueves, 22 de marzo de 2018

Yolanda.



Me he puesto, a conjunto con mi nueva toma de decisión adquirida, unos buenos guantes para partirte la cara. Y qué pena no poder volver al lugar donde me arrancaste la dignidad y mi yo más sincero, para cortar tu sobredosis de superioridad a tiras, mientras río y te recuerdo que al final, lo creas o no, nunca has tenido un hombro en el que llorar.

Recoge el látigo entre tus manos, que nosotros no podemos sostenerlo. A ti nunca te crucificaron, pero al resto sí, y nos duelen las manos de extirparnos los clavos que con rabia e intención nos clavaste (y clavas) por la gracia de Dios y tu estupidez.

Mi causa.
La culpabilidad.

La ignorancia.
Tu alma marchita, feroz.
Tu derrota.

En este ring.
Aquí y ahora,
decido yo.

sábado, 10 de febrero de 2018

Amaia.



Como cada año, en la misma estación de tren, con las mismas luces de fondo. Primera parada. Un chico de unos 18 años escucha música demasiado alta. La vida continúa. Al mismo ritmo de siempre, a paso seguro durante 365 días. Mis ojeras se reflejan en el cristal. Vuelven a casa por Navidad para buscar cura y hogar. Ha hecho tanto frío este año que si me pidieran un breve resumen lo llamaría "letargo". Tengo ganas de encontrarme bien, y de encontrarme también. He convivido con un puño en el corazón firme, constante. A veces los dedos apretaban tanto mis arterias que no me permitían respirar. Otras en cambio aflojaban lo suficiente como para continuar arrastrando mis pies y mi existencia por las estaciones más frías de Madrid, como hoy. Y no me puedo quejar, pero si hay que hablar de puños, mejor que sean sobre la mesa. Las injusticias se me retuercen en las entrañas y hago malabarismos para salir con la cabeza sobre los hombros de este fango lleno de mierda. 

Deberíamos ser más amables con las personas que nos rodean.
Sin metáforas.
Sin palabras intensas.
Alto y claro.
Y dejar de ser tsunamis.
Que lo que arrastramos a veces se pierde,
o lo matamos.

Según la intensidad.

Es la hora. El tren ha comenzado a moverse y mis músculos comprenden que ha llegado el momento.
Intentan descongelarse, están entumecidos. Aprieto, ahora sí, el puño de mi mano y pienso:
- Tengo un amor que recuperar. 

El mío.